¿Es que no era este el momento oportuno para reír? Perdóneme caballero. Más aun, perdóneme toda la audiencia que esta noche nos acompaña en la sala por tan estridente despropósito, tal jolgorio a destiempo. Y si se me permite, ofreceré digna explicación a tamaño malentendido. Es el caso que servidor creyó oír la señal que indicaba ser este el momento propicio para soltar su carcajada. Creí, según parece ser y para mi lamento de manera errónea, intuir que llegaba el momento de reír en sociedad, de sacar a pasear mi, discúlpeseme tal atrevimiento, sublime y encantadora risa. Y créanme que lo es, pues no en vano ha sido concienzudamente educada a base de congelantes miradas reprobatorias o reconfortantes gestos de aprobación. Mi risa es perfecta, cuenta con los decibelios exactos, y es de una claridad contagiosa, no es, si usted me entiende, una risa estridente, como la de esas personas que vergonzosamente pretenden llamar la atención sobre el auditorio con su histriónicidad, ni es tampoco una risa tímidamente ahogada entre las de la multitud, la mía es, créanme señores míos, una risa más que totalmente adecuada para la distinguida compañía que hoy nos complace con su presencia.
Mas debe aceptar usted de nuevo mis disculpas, erré en un pequeño detalle. Pensé que era el momento apropiado para pasar desapercibido entre el grupo de oyentes que habrían de haber reído a la vez que yo, con igual mesura y exquisita gracia (no espero menos de tan excelso auditorio) de haberse producido la señal que así nos invitaba.
Pensé que era este el momento de reír, pero debí equivocarme. Al fin y al cabo, en todas estas cosas pensaba yo mientras esperaba el momento indicado para acompañarles con mi hermosa y depurada risa, y ciertamente, tantas eran, que me fue imposible adivinar en que momento culminaba usted su, sin duda (estoy seguro de ello y no podría ser menos) graciosa intervención.
