jueves, 6 de diciembre de 2012

La primera vez que regañé a un alumno (borrador)


Ayer me tuve que enfadar con la clase. Lo siento por la academia, pero creo que dos horas seguidas de actividad oral con el mismo grupo son demasiadas para que funcione adecuadamente. He decidido cambiar un poco, y no voy a volver a tener a los alumnos en actividades que los obligan a hablar durante dos horas seguidas. Se cansan y empiezan a querer pasar del tema, hablar francés nada más o no hacer nada.
El caso es que ayer me tocaron un poco de más las pelotas, fui a por el profesor, y la última media hora, en vez de español, la dieron de electricidad.
Lo que les jodió, porque estaban disfrutando la actividad. El caso es que les había dado varios avisos, y ellos sabían que se estaban pasando. No se enfadaron conmigo, si no que sabían que fue justo que para la clase llegado un momento.
No tiro de castigos o regañeras, no me gusta. Pero sé que era lo apropiado que tocaba en ese momento, y que las cosas volverán a funcionar en el cauce normal a partir de ahora. Con un poco más de respeto entre todos.
¿Cuál es el problema entonces? Pues que me sentí mal regañándolos. No lo disfruté nada, y por dentro quería pedirles perdón y retirarles el castigo cuando vi que se dieron cuenta de que lo habían hecho mal y se habían extralimitado conmigo.
Claro que lo mejor que podía hacer por ellos era no cambiar de idea.
Pienso que hice bien. Lo que me da que pensar es, ¿por qué me sentí tan mal castigando a alguien? o peor aun, ¿por qué me sentí mal haciendo algo que estaba convencido que era lo mejor para ellos? Esto suena un poco raro, pero me preocupa un poco darme cuenta de que no me gusta nada ser autoritario.
Y creo que quizás me gustaría serlo un poco más, cogerle un pelín el gusto, por nazi que suene. Y es que creo que tener normalmente actitudes asertivas con todo el mundo no ha sido siempre la mejor decisión.
Pero esta vez no lo fui, no fui asertivo, y sin embargo, lo que pensé en el momento fue, joder, si me está costando castigar a estos, que me caen bien, pero no los quiero, ¿cómo cojones voy a ser capaz de castigar a un hijo cuando lo tenga y deba?
Y entonces me dio por pensar que un hijo tampoco me iba a hacer feliz siempre, y me dio pena ser adulto.
Pero bueno, pedí los últimos minutos para quedarme a hablar con ellos. Les dije que qué les había pasado, y que no era mi intención culparlos, que yo también debía aprender cómo hacer que las clases funcionaran adecuadamente, y que en eso estaba. Que si me había equivocado planteando la clase, que aprendería a hacerlas distintas.
Entonces entonaron el mea culpa, me dijeron que no las cambiara, que les gustaban mucho, y me pidieron perdón.
Ahora acabo de ver en facebook que otro de los muchachos me ha escrito que siente lo del otro día.
Joder. Creo que cuando veo que he sabido hacerles pensar acerca de lo que hicieron es cuando me demostré lo que suponía de que había actuado bien con lo que hice y hablé con ellos. Sin que la situación haya derivado en un enfrentamiento con ellos, o en haberlos hecho sentir 'los malos sin remedio'.
Creía que el truco para mantenerlos responsables era simplemente tratarlos como adultos. Pero no lo son, y de tanto en tanto eso tiene que salir por algún lado.
Por el momento, sólo hacerles ver que han defraudado el trato de aquel que había depositado en ellos la confianza de tratarlos como adultos (cuando imagino que no es a lo que están acostumbrados), ya les ha valido para reflexionar un poco y pedir perdón.
Lo cual me parece importantísimo. No es algo a lo que de hecho, los adultos (que les reclamamos que lo sean) estemos acostumbrados. De entre todas las 'figuras ejemplares' que 'se han portado mal' en nuestro país, sólo recuerdo al rey pidiendo perdón una vez.
Me siento orgulloso de ver el camino que recorren, y quiero pensar que es esto lo que justifica lo mal que me sentí regañándoles. Y no el tener que sentirse bien con ser autoritario.
Sólo espero que aquellos que se están cuestionando a sí mismos hasta ser capaces de llegar a asumir su comportamiento y pedir perdón por él, no se den cuenta demasiado pronto que los adultos que le exigen esas cosas viven en un mundo en el que está perfectamente permitido no comportarse de la manera en que exigimos a niños de 15 años que lo hagan. O que cuando se den cuenta, hayan aprendido también que merece la pena seguir comportándose así.
Podéis decirme que he llegado tardío a la madurez, pero qué reflexión más rara esta de saber que enseñar valores implica a veces sentirte mal. No estar del todo seguro de nada. Y andar con el material inflamable que es un adolescente.
Como me dijo una amiga en uno de los consejos que más me han valido para creer entender a los adolescentes.
Están llenos de inseguridades, y sólo quieren creer que estas se superan, intentan  ver eso en los modelos que tienen delante. Y cuando encuentran inseguridades en ellos, las minan. Quieren creer que se puede ser un adulto seguro, sano, feliz.
¿Y nosotros, podemos hacer que ellos crean eso? ¿Podemos creérnoslo nosotros primero? ¿Podremos estar a la altura de una clase de quince chicos de 15 años que piensan sobre lo que han hecho y piden perdón por ello?

lunes, 29 de octubre de 2012

El pintor.

Te valoran por cómo pintas, sin ser tú pintor.
Mejor que te valoren por cómo escribes, escritor.
En tu fondo, y no en las superficies de otros, está el valor.

Que te comen los ratones, escritor.
Que te comen con mentiras, mentiras que quieres oír.
Que nunca es fácil el camino.
Que no hay meta.
Que es camino.

domingo, 28 de octubre de 2012

DE LA CANALLA


La vida es una fuente de alegría; pero donde quiera que la canalla va a beber, todas las fuentes están envenenadas. -Me gusta todo lo limpio; pero no puedo ver las bocazas grotescas y la sed de los impuros. -Han lanzado su mirada al fondo del pozo; ahora, desde el fondo se refleja hacia mí su odiosa sonrisa. -Han envenenado el agua santa con su concupiscencia; y, al llamar alegría a sus torpes sueños, envenenaron hasta las palabras. -La llama se indigna cuando ponen al fuego sus corazones húmedos; el espíritu mismo hierve y humea cuando la canalla se acerca al fuego. -La fruta se pasa y se vuelve empalagosa en sus manos; su mirada es viento que seca el árbol frutal. -Y más de uno de los que se apartaron de la vida, no se apartó sino de la canalla: no quería partir con la canalla el agua, la llama y el fruto. -Y más de uno que se retiró al desierto para sufrir allí la sed con los animales salvajes, lo hizo por no sentarse junto a la cisterna en compañía de sucios camelleros. -Y más de uno que avanzaba como exterminador y como granizada por los sembrados, sólo quería meter el pie en la boca de la canalla para taparle el gaznate. -Y lo que más se me atragantaba no era saber que la vida misma se halla necesitada de enemistad, de muerte y de cruces de mártires. -Si no que me pregunté un día, y casi me sofocaba mi pregunta: ¿Cómo? ¿La vida tendría necesidad también de la canalla? -Las fuentes envenenadas, los fuegos pestilentes, los ensueños mancillados, los gusanos en el pan de la vida, son cosa necesaria? -¡No era el odio, si no el ASCO lo que devoraba mi vida! ¡Ay!, ¡muchas veces ha llegado a hastiarme el ingenio, cuando veía que también la canalla era ingeniosa! -Y volví la espalda a los dominadores desde que vi lo que llaman hoy dominar: ¡Traficar y regatear en materia de poder... con la canalla!- Y permanecí entre los pueblos como extranjero, y con los oídos cerrados, a fin de que fuesen cosa extraña para mí el lenguaje de su tráfico y su regateo por el poder. -Y, apretándome las narices, atravesé con desaliento todo el ayer y el hoy: a la verdad, el ayer y el hoy apestan a populacho de pluma. -Como un inválido que se ha quedado sordo, ciego y mudo, así he vivido mucho tiempo por no vivir con la canalla del poder, de la pluma y de los placeres. -Penosamente y con cautela ha subido escalones mi espíritu; las limosnas de la alegría fueron su consuelo; la vida del cielo se deslizaba apoyada en un báculo. -¿Qué me ha pasado, pues? ¿Cómo me he curado de la aversión? ¿Quién ha rejuvenecido mis ojos? ¿Cómo me he remontado a las alturas donde ya no hay canalla sentada a orillas de las fuentes? -¿Me ha dado mi misma aversión alas y fuerzas que presentían los manantiales? ¡En verdad que he debido volar a lo más alto para volver a encontrar la fuente de la alegría!- ¡Oh!, ¡la he encontrado, hermanos míos! ¡Aquí, en lo más alto, brota para mí la fuente de la alegría! ¡Y hay una vida en que se puede beber sin la canalla! -¡Fuente de la alegría, casi brotas con demasiada violencia! ¡Y a menudo vacías de nuevo la copa al querer llenarla! -Aun tengo que aprender a acercarme a ti más moderadamente: afluye a tu encuentro con harta violencia mi corazón. -Este corazón donde arde mi estío, el breve, ardiente, melancólico y venturoso estío. ¡Cómo anhela tu frescura mi corazón estival! -¡Pasó la aficción de mi primavera! ¡Pasaron los malignos copos de nieve en pleno junio! ¡Heme convertido en estival y en tarde de verano! -Un estío en las mayores alturas, con frescos manantiales y dichosa tranquilidad. ¡Oh! ¡Venid, amigos míos!, ¡que sea más dichosa aun esta tranquilidad! -Porque esta es nuestra altura y nuestra patria: nuestra mansión es demasiado elevada y escarpada para todos los impuros y para la sed de los impuros. -¡Lanzad, pues, vuestras puras miradas a la fuente de mi alegría, amigos míos! ¿Cómo habría de enturbiarse? Os sonreirá con su pureza. -Nosotros los solitarios construimos nuestro nido en el árbol del porvenir: las águilas nos traerán en sus picos el sustento. -¡Y no será ciertamente un sustento de que puedan participar los impuros! ¡Porque los impuros creerían que devoraban fuego y se abrasaban las fauces! -¡No preparamos aquí, en verdad, moradas para los impuros! ¡Nuestra ventura parecería glacial a sus cuerpos y a sus espíritus! -Y nosotros queremos vivir por encima de ellos como vientos fuertes, vecinos de las águilas, vecinos del sol: así viven los vientos fuertes. -Y, a semejanza del viento, quiero soplar entre ellos un día y cortar la respiración a su espíritu con mi espíritu: así lo quiere mi porvenir. -Zaratustra, en verdad, es un viento fuerte para todas las tierras bajas, y da este consejo a sus enemigos y a cuantos escupen y vomitan: "¡Guardaos de escupir contra el viento!".

Así habló Zaratustra.

martes, 23 de octubre de 2012

Dame como recuerdo el honor que no me supiste dar como persona


Rabiosas quisieras estas líneas, que no versos.
Rabiosas e incontroladas, llenas de ira que es pasión.
Rabiosas como las lágrimas que se te escapan por la comisura de los ojos cada vez que ves que no me dueles.
Pero no rabiosos. Cínicamente se deslizan mis dedos tras tu pluma, que siempre va a la delantera.
Cínicamente sonríen, no es lo cruel que no me duelas, es que lo sigas intentando.
Es que midas en el daño, complejos culpas y dependencia, la necesidad de compartir soledades.
Mal, por pronto, nos contamos, bajo la amenaza de un calendario, las heridas que arrastrábamos.
Como si no nos las hubiéramos hecho nosotros mismos. Como si el uno pudiera hacer inocente al otro. Como si tuviéramos capacidad de sanarlas, en lugar de registrarlas el uno al otro.
Hurgarlas con manos sucias, escatológicamente. Buscando catarsis, obviando Awswitch.

Difícil. Como mi cabeza loca. Difícil se me hace no escribir desde el rencor. Difícil me lo hace cada palabra que te creí. Palabras que para ti fueron pocas, y para mí, demasiadas.
Difícil como me lo pusiste, difícil hablar sin palabras, que quieres ahogadas, como me ahogabas contra la almohada.
No entiendo el perdón ni las gracias. Y tú, tú sólo entiendes de culpas. La culpa que arrastras desde la primera vez que un desconocido me ofreció ayuda por la calle al verme contigo. Las culpas no existen, quisieras creer. Pero perdiste mis últimos días a tu lado con el miedo que me dabas.
Que hubieras cortado las manos de cualquiera que hiciera lo que hicieron las tuyas, me decías.
Y me pedías silencio. Silencio en tu cabeza, silencio en la de los demás. Puto silencio sembrado en mi alma. Acariciabas con tus manos, mientras afilabas tus palabras.
Maldito tu secreto. Maldita tu pasión. Maldita la noche que lo compartiste conmigo, e hiciste que me doliera más de lo que a ti te dañaba.
Maldita, digo ahora, que has traicionado las pocas palabras que poco a poco te creí.
Pues si bien me costó decidirlo. Fue decisión propia, -espero por ambos que irrevocable-, la que tomé en ese momento de cargar tu cruz. Y bien que la cargué. En el silencio que me pediste. Librándote de la vergüenza que tanto amenazaba tu tan alardeada identidad.
¿Maldita la noche en la que descargarte en mi tu secreto?
Maldito el día en el que decidí coger el relevo. Maldito el día en que me contabas quimeras, de fe en el hombre. Fe que ni tú tenías.
Afilando el lápiz de tu lengua, agotándome con tu presencia.
¿Dónde está lo excelso del artista, que convierte el mundo en un lugar mejor?.
Dónde la inmortalidad y la catarsis del hombre, cuyo ideal se redime en tus versos, que no en tu persona.
¿De qué servirá el arte si no puede ser traído a la vida?. De verdades contadas a base de mentiras.
Desvanece las culpas, y alivia un alma que puede así, continuar la corrupción que le es propia. Que no detesta si no por por lo que le hace perder. Alma sin juicio sería la tuya, si lo que quisieras lo tuvieras. Bestia desbocada atada a las cadenas de la realidad. De una sociedad, más loca que tu odio, que te dice, esquizofrénica, dónde están los límites que tú no divisas.

Avanzo por un camino que me pertenece, y que a veces comparto. Avanzo, siempre avanzo, queriendo, de vez en cuando, recordar la inocencia de dejarse engañar. Avanzo, y me río cada vez que descubro que sí, que son eso, engaños.
Difícil decía, escribir sin el rencor del engaño. Fácil, no obstante cuando se camina sin esperanza.

Agravio comparativo el de las culpas y las cargas. En silencio duermen las tuyas. Las que jamás querrías que contara. Con desagradables bálsamos, tus heridas cerradas. Libres de garras, tus manos desatadas. Desatadas y desesperadas, continúan dando zarpadas. Con sus uñas para mí ya limadas, esperando el día en que, ojalá cansadas, pero mal intuyo, más bien destrozadas, cesen en su empeño, en su ciega emboscada.
Quizás si eso ocurriera, tras una vida desperdiciada. Quizás si en tu camino de vidas desaliñadas.
Quizás si un día te vieras, ya con las heridas sanadas. Quizás si un día pensaras en las soledades desgarradas.
Quizás si un día comprendas cómo se cargan las taras. Quizá un día te sientes, con la cara destapada, quizás me veas callado, a lo lejos, en la playa. Quizá comprendas entonces cómo mi cabeza tronaba. Quizás te mires las manos, con heridas reventadas. Y me veas bailando en el barro, con una risa incontrolada. Quizás ahí comprendas las semejanzas obviadas. Quizás mi cabeza tus manos ajadas. Quizás, mas no creo, oigas cuatro campanadas. La del silencio con que me cargaste, culpa la tuya por mí cargada. La de la sangre reseca de mi corazón en tus manos, que no te sirvió de prejuicio, cuando me juzgaste a diario. La del perdón que te profeso, en forma de retirada. La de una cruz que jamás cargaste, quizás porque aunque mostrada, nunca te fue dejada. Quizás, digo, ahí comperndas, de la fuerza solitaria que en silencio te mostraba.
Quizás un día lo entiendas. No se trata de igualadas. Aun lejos yo cargo muchas venenosas palabras, mas tú mis problemas, míos, no supiste de qué tratan. Nunca se te avalanzaron, mientras te acurrucabas en la cama. Nunca con rabia te llovían encima, mientras te cubrías la cara con la almohada. A la vista, exacto, estaban, pero no para que los cargaras. A la vista, exacto, estaban, por si acaso tú los sanabas.
Más los has visto, y sin prejuicios, te me vas por la cañada.
Viaja, ten buen camino. Ten la suerte que no quiero.
Yo viajo con mis circunstancias, viajo con ellas a (hor/car)cajadas.
Yo la suerte no la quiero. Asumo merecer lo que me pasa.
Ten tú mi suerte, que no es mi casa.
Y si un día, antes que a tiempo nos encontramos, no malinterpretes que no quiera saber nada.
Mi vida, que es mi casa, la llevo conmigo en un vaso de agua. Vaso en el que lloviste, vaso del que te colmaste.
Pero, yo, que nunca supe de perdones ni gracias, déjame, si póstumamente me dejas, darte un consejo, pedirte un favor.
Mi consejo; cansa cuanto antes tu secreto. Dérramalo donde merezca. Ahogalo con tus letras. No lo compartas, pues no creo que nadie más lo quiera. Aprende a amarlo con odio, esto es, a reírte con él de ti. Si nunca te deja, si es sempiterno pasajero, asúmelo, y ríete de ello. Pero no lo lances contra otros, y lo arrojes mar adentro. Si eso es lo que eres, no te mientas al respecto. Si eres barro, qué sorpresa, como todos lo somos en este planeta, baila sobre ti mismo, pero no pretendas que sea un Mr. Hyde en tu guantera.
El favor es más sencillo, y no por justicia, si no por paz te lo pido. Quizás tu conflicto te impida hacerlo de manera sincera.
Tarde es para pedirte lo que me hubiera gustado que de ti saliera. Que sin juicios ni prejuicios, a mi me compartieras. Que hubiera de veras creído, de nuevo en el hombre, en una persona que no me abandona. Pero, y estas son las circunstancias, pedir eso ya está de sobra. Por eso te pido, por favor, sólo una cosa.
Dame como recuerdo el honor que no me supiste dar como persona.

jueves, 4 de octubre de 2012

El viaje del capitán.


Navega, capitán, navega, en tu barco papel de plata. 
Navega contra siete vientos, sobre dragones de agua. 
Vuela, capitán, vuela, en tu avioncito de hojalata
Que escapa tu corazón en globo, sobre valles y montañas. 
Escapa, tu diamante escapa, bucea, corre, pedalea, escala. 
Aun guardo la postal, que mandaste desde una playa.


  'Tenía el corazón mojado, 
lo saqué al sol un momento. 
Cuando vio que no miraba,
se me llevó el corazón un perro.

  Perdí la pista, no lo encuentro,
ahora corro el mundo entero.
Mi corazón, que era de plata, 
debe estar más frío que el hierro. 
  
Nunca a tiempo, siempre tardo, 
cuando llego ya ha marchado.
Mi corazoncito de plata,
¿será aun como recuerdo?
 
Te escribo desde la playa, 
a la orilla de un lamento.
Se ha encendido una hogera
al calor de su recuerdo.

Mi corazón, que era de plata, 
está pasando frío y miedo'


Navega, capitán, navega, vuela que tu corazón te espera. 
Navega salta, trepa vuela, corre hasta tener la lengua fuera. 
Camina detrás de tus sueños.
Manda una carta en cada puerto.
Pero si alguna vez la fatiga, llama a tu cuerpo desierto,
si alguna vez tus heridas, valen más que tu intento,
si sufres en tus viajes, déjame darte un consejo.
No está fuera, ni es recuerdo, 
el corazón que tanto buscas, siempre lo llevaste dentro.

lunes, 1 de octubre de 2012

Madre bájame la luna.


Madre bájame la luna, madre que ya no la veo.
Madre su espejo de plata, tráelo de nuevo a mi cielo.
Para reír y jugar juntos, que ahora el cielo es color negro.
Padre aléjame el sol, padre que casi no veo.
Padre, que la piel me quema, padre, cómo quema el viento.
Para subir a la montaña, y que no duela el firmamento.
Amigo devuélveme el alma, amigo, que ya no la tengo.
Está dividida en manos de gente que son lamento.
Para remar con ella juntos, a una isla donde no haya muertos.

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David S.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Vómito de un 15 de Septiembre.


Vendrá el olvido.
Como vino la primavera tras un otoño incierto.
Vendrá a tu nombre como sombra, como niebla de verano.
Pero no ahora a tu nombre, que viene y se queda
atorado en mi garganta, sin escupirlo mi boca.
Vendrá el olvido, no lo dudo, vendrá con una vida nueva.
Nueva de nombres, y de noches.
Nueva de amaneceres, en que mi mano,
no me traicione buscándote, al otro lado de mi almohada.
Vida nueva de vida, y de traiciones, a duras penas a tu altura.
A la altura de tu indiferencia, a la altura de tu silencio.
A la altura de tus abandonos, tus desmanes y desprecios.
A la altura de tu inconsciencia, tus amenazas, y tus juegos.
Escondido en las esquinas de las calles que paseo.
Al acecho de la ofensa, del sutil entrometimiento.
A la altura de tu juego, de niño bueno tirando piedras.
Cuando yo enfermaba, huías, tras volutas menos ingratas.
Sólo era tus vacaciones, cuando tú las necesitabas.
Te acercabas a mi y bebías. Bebías y mi boca secabas.
Cavé por ti pozos en el desierto. Taimadas fuentes y oasis, que emponzoñaste a carcajadas.
Me derramaba dándote agua. Y tú, hacía tiempo que te ahogabas.
Te di cuanto era, todo. Y tú bebías de buena gana.
Sin separación de bienes firmada, yo mismo preparé tu estafa.
Te voy a quitar cuanto tengas, fue tu única amenaza.
Puedes destruir quien soy, pues no soy mío, si no tuyo ahora, fue mi respuesta acertada.
No me da miedo perderme. Me reconstruyo una y mil veces, las que hagan falta.
Cuando sea yo otra persona, vestido de seda y grana, volveré a llamar a tu casa.
Miraste sobre mi cabeza, y tu frío helaba mis lágrimas.
Me aparté, me fui a mi casa.
Me enterré y nací de nuevo.
Mientras tanto, tú follabas.
Quemé tu nombre en mi agenda, empapando mi almohada.
Ni cien años de llanto, deslucirían lo que tú me dabas.
Pero entonces golpeaste. Cumpliendo tu amenaza.
Yo era vano intento, sombra. Mientras tú te alardeabas.
Ocupaste raudo el sitio que yo descuidé al volver a casa.
Mi vida, durante años levantada, ahora tú la reclamabas.
Me perdí en auxilios y derrotas, muchos oyeron mi llamada.
Nunca pedí las lealtades que entonces me fueron mostradas.
Mientras tanto los apetitos, de quienes te dejaban alimentabas.
Por ti perdí más de lo que vales. Años de amistades truncadas.
Caí al infierno oscuro. De él apenas recuerdo nada.
Te rodeaste de risas. Risas livianas. Malvadas.
No olvidaste, pues no las tuviste en cuenta, las vidas destrozadas.
Nací con un nombre nuevo. ¿Con la fe recuperada?.
Transformé la soledad, que de niño te amargaba, en cercana compañera, en indeseada aliada.
Convertiste mis virtudes, durante años labradas, en risas vacías, en vidas vanas.
Todo aquello que me quitaste, valía lo que que tus pupilas dilatadas.
Un puñado de euros el gramo, un par de ausentes mamadas.
Que, gracias a Dios, ya no me contabas.
Sois los reyes, quién lo duda, de tierras baldías con sal sembradas.
Donde ara sin descanso, la inconsciencia más malvada.
No soy yo el damnificado. Aunque me duelan vuestras miradas.
No somos, yo y otros, jamás, vidas sesgadas.
Somos esquejes, si acaso, en nuevas tierras sembrados.
Me renuevo, te lo dije, pero no en tierras saladas.
Soy otro, te lo advertí. Pero las tornas están cambiadas.
Ya no puedo, aunque quisiera, llamar a la puerta de tu casa.
Ya no puedo, aunque quisiera, disfrutar pasiones ajadas.
Ya no puedo, aunque me exijan, disfrutar vuestras chorradas.
Yo empolvo mi alegría, no aspiraciones frustradas.
Os doléis vosotros mismos, con golpes que sangrarán mañana.
No soy yo el que pierde, digo, aunque me duela el velo de maya.
Ni por mil ojos ciegos cambiaba, haber visto la empatía.
Ni mil traidores valen lo que media doliente vida.
Llegará el olvido, seguro, como llegó el final de mi vida.
Llegará, pero no ahora, que me tortura una mente que no es mía.
Llegará como todo llega, en la transformación de la vida.
Llegará tarde o temprano, y quién sabe, si para entonces,
habréis al fin descubierto, que el nombre de vuestra alegría,
no es si no 'dignidad perdida'.

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De dignidad no podrán hablar nunca quienes hacen oidos sordos al dolor ajeno.
Quienes golpean y luego, usan sus manos para tapar sus oidos.
Taparlos tan fuerte que apenas oigan amortiguado el último estertor de su conciencia.
No están estas líneas ya, que buscan el olvido, aquí para hacer recuento infinito de desmanes y desagravios, pues nadie está libre del derecho a actuar mal. A equivocarse.
De los errores se aprende. Y vosotros, con vuestros errores, enseñáis. Enseñáis con mal ejemplo, pues sois, holocausto en vida, valedores de la ética como dialécticta negativa.
Con monstruos vivimos todos.
Monstruos los de algunos que duermen profundos. Que horroriza pensar en despertar.
Con monstruos otros, que sacan felices de paseo, regodeándose al ver las flores que marchitan a su paso. Falaz ensalzamiento de la vida propia, ofrece ver morir a los demás, mientras nosotros sobrevivimos.
De monstruos se ha llenado el mundo de los adultos, y a ratos ya el de los niños.
De monstruos propios y ajenos que nadie afrenta. De monstruos con los que convivimos, revolcándonos juntos con ellos en la mierda, en un espectáculo coprófago cuyo hedor filtran narices blancas.
Y mientras tanto algunos, los conscientes, sufren la lucha de un mundo que es cloaca y sus desagües.
Cementerio nuclear que hipoteca los futuros de cuantos sobre él caminan.
Mientras tanto algunos, unos pocos, no sé si suficientes, toman consciencia y sangran.
Sangran a borbotones con cada golpe. Se miran fíjamente con sus némesis.
Con la respiración entrecortada, arrodillados en el suelo. Se lanzan contra su monstruo y se arruinan a golpes.
Vuelven a caer al suelo. Con sangre en las manos.
Otros duermen a sus diablos. Les embaucan y cuentan cuentos. Los van dejando helados. Y los hacen chiquititos.
Duermen sus monstruos siempre con un ojo abierto. A la espera de un descuido. Atentos el uno al otro. De nuevo sangran, ambos sangran. Monstruo y cuenta cuentos. Mucha sangre y muchos cuentos. Un viacrucis que es un pulso.
Pero quienes los dejaron libres. Esos no sangran.
Esos sólo gritan, para sonar más fuertes que sus miedos.
Suben el volumen de la música, para no tener que verlos.
Atoran sus narices, para no tener que olerlos.
Y sus bocas, que sólo gritan, no dicen ya nada.
Sus oídos, que sólo oyen, no escuchan tampoco.
Y sus narices, que no se huelen a si mismos. Esas sí que sangran. Sangran poco. Imperceptible. Pero nunca se detienen.
Errores y monstruos tenemos todos.
Pero algunos, tras cometerlos, miran sus manos, y observan con espanto la obra que estas han provocado.
Los cristales rotos. El holocausto.
Y con más temblor que orgullo, se aguantan las lágrimas de los ojos, y se agachan a recoger los pedazos.
Sangrando. Sangrando mucho por las manos.
Cortándose, cortándose mucho con los cristales. No importa.
Mirándose al espejo, y, tragando su reflejo con saliva que quema su garganta.
Esos son, y no vosotros, los que lloran.
Esos son, y no vosotros, los que sufren.
Esos son, y no vosotros, los que sangran.
Esos son, y no vosotros, los que duelen.
Esos son, y no vosotros, los infelices.
Esos son, y no vosotros, los que quiero (ser).


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David. S

sábado, 1 de septiembre de 2012

SOLA.


Está Linda sola, sentada en su habitación. 
Sentada en el rincón solo, de su sola habitación. 
Sintiéndose Linda sola, leyendo en su rincón. 
Roja y negra, su sola habitación. 
Y en la esquina, naranja, naranja el radiador
Se mete bajo su cama a leer Linda, y mira el ordenador. 
Es su hogar, toda su casa es, su sola habitación.
Ojos sin vida la miran, desde la pared del comedor. 
Pared que es, a su vez, límite de su habitación.
Tiene amigos Linda, ¡qué linda es!, divertida también
amigos de hoy, que quizás mañana ya no estén.
Y amigas.
Amigas verdes, que son, si acaso, soledad y locura. 
Se le alborota a Linda su rojo pelo, cuando interrumpen su soledad, cuando llaman a su puerta.
Vecinos, gatos, carteros, son los pocos que la molestan. 

Quince amores hoy. 
Quince amores hoy, en el viento.
Quince amores hoy, en el viento revolotean.
Quinde amores hoy, en el viento, revolotean tras su ventana.

Linda se lava, se pinta, se viste.
Sujeta melena y lengua, abre la persiana.
Brilla el rojo de su pelo al sol. Se esconde el negro de su casa.
Hoy es viernes otra vez, otra vez fin de semana.
Esconde el verde, sus amigas, y sale sin ilusión ni ganas. 
Sólo quiere (por [una vez) más], ser Linda la más admirada.

Sale. 
Ríe.
Bebe. 
A algunos y algunas embauca.

Pero viene a verla, otra vez, su loca enemiga diabla.
Que le grita, con su pelo corto y lengua larga.
Quiere Linda, una vez más, verla morirse en la sala. 
Y la empuja y la grita'a la araña.
Se agarran la una a la otra. Despeina su cabellera atezada.
Todo el mundo ahora la mira. También los amores de su ventana. 
Es la bestia desatada.
Escupe, grita y blasfema, nadie su integridad guarda.
No la deja su locura, sólo ella la acompaña.
A quienes ahora la miran, Linda ataca y ataca.
Quizás ahora es ya domingo. Linda vuelve ya a su casa.
Dejando entrar, ahora sí, a quienes antes a su puerta llamaban.
Se recoge el pelo rojo.
Entran, verdes, como en casa. 
Soledad y locura, si acaso nunca la esperanza.
Y vuelve Linda a su rincón. 
Al solo rincón de su sola casa.

sábado, 25 de agosto de 2012

CONCEPTION


- A lo mejor es tu puta culpa. A lo mejor todas esas mierdas que te pasan siempre y de las que tanto te quejas, las has estado atrayendo tú. A lo mejor tienes que andarte con cuidado a la hora de ser tal y como eres, pues, a la larga, si no antes, la mayoría de la gente, lo sabes, se acaba hartando de ti. Y una vez más, tienes que volver a pasar por toda esa mierda. Hacerte a la idea de que nadie merece la pena y que, de tanto en tanto, las cosas se complican más de lo que nadie está dispuesto a asumir.  
A lo mejor esos 4 o 5 que quedan a tu lado son gente tanto o más miserable de lo que tú quieres que, a base de creerlo, acaben siendo aquellos que te echaron de su lado, que te dejaron de soportar.
Quizás, a la larga, las únicas relaciones que vas siendo capaz de mantener en el tiempo son con ese triste tipo de persona que tiene tanto miedo de estar sola, tanto miedo al daño, que no tiene coraje suficiente como para decirle a nadie que se aparte de su lado. Ni si quiera a alguen de tan mala calaña como tú. 

- O a lo mejor nada de esto es culpa tuya. Quizás, simplemente, a nadie le da la gana de nada, nunca. A veces, ni si quiera tú tienes ganas de hacer nada por nadie. Quizás sólo sea que es más fácil beber una noche más, y reir, todos juntos. Y quizás eso siempre será lo más fácil mientras sigas teniendo miedo a ser tal cual eres, pues a la larga, si eres tú mismo, la gente con miedo de sí, creará guetos donde estés mal visto.
Aunque a otros, a estas alturas seguramente ya los que menos, los atraerás con tu luz como polillas. A lo mejor esos 4 o 5 que se queden a tu lado serán los únicos a quienes las cosas le importen más que una mierda, y son de la rara calaña de los incansables que piensan que siempre merece la pena luchar. Aunque ellos tengan clavado en el pecho el mismo puñal que tú, si acaso, seguramente, uno mayor, y por eso, por no estar muertos, luchan, y tú eres parte de su lucha, igual que ellos lo son de la tuya. 


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David S.

OLVIDO


Hacía tiempo ya. 

Las montañas seguían en su sitio, pero sobre ellas habían caminado nubes y nubes, soles y soles, lunas y lunas. Aviones y aviones.
Habían caminado ya,  sobre sus huesos rotos, cientos y cientos de aparatos que él nunca jamás pudo haber imaginado.
Pero sobre todo, había dormido ya al amparo del susurro del motor de demasiados coches.
Habían pasado lustros, decenas de años ya. Cientos.
Y nadie había escuchado aun su grito, ahogado a fuego y tierra.
Grito que aun quemaba en su garganta, llamando a la puerta de su boca.
El grito de muchos. De miles de voces, que a veces decían lo mismo, y a veces, cosas muy distintas.
Entre los huesos de su calavera tronaban mil gritos que, macerados con el tiempo, se habían convertido todos en la misma cosa.
Un lacerante silencio. Un silencio ensordecedor. Ronco de olvido. Un silencio estentóreo que, de no estar su cráneo roto ya, hubiera bastado para, retumbando entre los nichos donde antaño fisgaban unos ojos, abrir las suficientes fisuras como para hacer estallar, retumbando de silencio, su cráneo ajado.

Así, a golpe de silencio, de ira fraguada de espera, y con ayuda del viento, que levanta el polvo del camino. Quiso, como semilla vieja, sacar a la luz su ajada dignidad.
Así asomó la muerte sus cejas al sol. Con su camisa mustia, antaño teñida carmesí.
Sus yemas (o al menos el lugar donde estas solían estar) empezaban a acariciar ya esos centímetros donde la tierra está caliente cuando, tarde, siempre tarde, se hizo notorio. Al fin. 

Exhumado y entre gestos de extrañeza, fue llevado a analizar.
Era llevado de aquí para allá. Y nadie escuchaba su silencio. 
Acaso ni él, entre tantas voces, entendía ya las palabras que oía. ¿Tanto tiempo había pasado?
Intuía, si acaso, qué ocurría. Pero ellos, ellos no sabían qué hacer. Qué pensar.  Qué decir. 
Se eran un misterio, tanto él para los otros, como los otros para el uno.
Se eran un misterio demasiado incómodo. Y él, sin más patria ya ni origen que el hoyo, el jodido hoyo del que había logrado escapar, fue devuelto, más hondo, allá donde sólo le acompañaba el amortiguado rugir de los coches que pasaban.

Allí se le devolvió, pues allí se pensó que pertenecía. Y era cierto. Si a algún lado pertenecía ya, era al olvido.
Y su grito se fue callando. Deshaciéndose en la tierra. Sus ansias de sol se tornaron caída.
Su voz ahogada, su silencio atronador, el nudo de su garganta, y los miles que le acompañaban, dejaron de lacerar, dejaron de incomodar, dejaron de ser.
Ya sólo pertenecía a ese suelo, y cada vez más quería hundirse en él.
Fría, húmeda y oscura tierra. Cada vez más fría, cada vez más oscura. Ni allí, ni en ningún lado, estaban ya los suyos.
Cuántos años no llevarían ya cerrados los ojos que le buscaron, las bocas que le llamaron, las manos que escarbaron, los oídos que hubieran escuchado su silencio gritar. 
Quienes amó y quienes le amaron, quienes odió y quienes le odiaron, quienes le odiaron tanto como para llenar, de madrugada, su boca de tierra, sus ojos de sangre, su cabeza de plomo.
Las risas que oyera, las ideas que defendiera, los sueños por los que muriera. Era todo olvido ya. 
Así se apagó. Y sólo así, cuando al poco tiempo, si es que acaso el tiempo podía contarse ya, volvió a escuchar esas voces que ya no hablaban su idioma, pudo entenderlas. No eran ya palabras lo que entendía, amortiguadas por fría tierra.

Era ese idioma que todos habían hablado siempre. Ese idioma que estaba, estuvo desde siempre acaso, olvidado desde casi antes de nacer. Ese idioma que sólo podían entender ya, quienes habían asumido su olvido. 
Escuchó de nuevo las voces que allí le habían llevado. Escuchó los gritos. Escuchó los pasos rápidos del miedo. Escuchó el ajetreo de la ira. Escuchó, de nuevo, cuerpos desplomarse inhertes. De nuevo. 
Y desde allí abajo supo que había sido su olvido el que los había matado. El que estaba haciendo que, de nuevo, miles de voces se llenaran de plomo y tierra sobre él. 
Escuchaba, ahora sí, el silencio atronador de gargantas ahogadas en tierra aun caliente y húmeda, sobre sus ya disueltos huesos. 
De gargantas que, de nuevo, tronaban de silencio. Estallaban de impotencia. Gritaban asfixiadas esperando que alguien las oyera. Que esta vez, no fueran olvidadas. 
Que ese maldito olvido no volviera a convertirse en muerte.
Gritos estrangulados en tierra que aun tenían algo que decir. Que aun contaban con quienes pudieran oírlos. Gritos ahorcados que exigían el sol del que habían sido privados para no tener que volver a atragantarse en gargantas mudas.

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Desde las cunetas de España son muchos aun los silencios que tronan. Ahora que aun alguien puede escucharlos. Ahora que aun hay quienes quieren, más aun, necesitan oirlos. Necesitan unir sus medias voces a ese silencio ahogado para, sin ardor en la garganta, poder dar voz al recuerdo. 
Mientras queden medias voces que completen ese silencio, tendrán sentido las palabras que nos saquen del olvido, que impidan que hoy, mañana, dentro de cinco, diez, cien años quizá, se repita el espectáculo de sangre y lodo que siempre supone una guerra.

Mientras quede una sola víctima de aquella guerra civil, será posible dar sentido a la palabra transición. Con el reloj corriendo en nuestra contra, cada vez estamos más cerca de que llegue ese día en que muera el último superviviente. En ese mismo segundo, habrá llegado el olvido. Habremos firmado el emplazamiento de ese cementerio nuclear, de esa bomba de relojería que supone el olvidar. 

Todo sistema político se considera legítimo a sí mismo, de manera axiomática. Si yo decido qué es legítimo, entonces legitimo que yo decida qué es legítimo. 
Durante más de cuatro décadas, 'los caídos por la patria' han recibido homenajes. Homenajes legitimados desde el sistema político de turno. Durante esas mismas décadas, era legítimo también continuar una sangría que no acabó con la sinrazón de la guerra, si no que se mantuvo de manera cruel y sistemática.

Hoy nos encontramos en una situación de agravio comparativo, de una democracia que parece que ha de pedir perdón por serlo. De una democracia que, atada a un interesado concepto de 'transición' no se ve legitimada, capaz, frente a un régimen que no está tan extinto como gusta hacernos creer. Una democracia que, de considerarse legítima a sí misma, debería considerar legítimas también a sus iguales. Y debería, con ello, honrar el recuerdo de quienes por su defensa cayeron.
Es un idioma más primario ya que el del honor. Es el idioma del recuerdo. Es acaso la historia la única manera de ponernos sobre aviso de errores ya cometidos.

Pero España sigue atada a una transición que no es tal. Una transición que no hace honor a este término. Una transición que no se debe a una intención de cambio. Una transición que es un fin en sí misma, y que se conforma con elogiarse a sí. Atada a una transición que ve legítimo que cientos de gritos se asfixien en sus cunetas.

 Una transición que, a fin de cuentas, no quiere dejar de serlo.

Con la llegada del 15-M y sus, a la larga poco resolutorios ideales de unidad (reclamada por encima de ideologías, partidos o banderas) y pacifismo, se abrió una grieta por la que parecía entreverse la posibilidad de un movimiento resolutorio de este problema nunca superado de las dos Españas.
Se pedía unidad, sí, era la primera vez que miles de jóvenes, de los que hemos nacido en la democracia, de quienes no conocemos las voces que gritan nuestros nombres desde las cunetas, de quienes, se nos dice, somos la generación mejor preparada que alguna vez tuvo este país, pedíamos unidad.
Pero, para qué engañarnos. Esta unidad nunca nos será concedida. Nunca lo será mientras haya tanta estatua, tanta misa el 20 de Noviembre, tanta voz alzada en el parlamento gritándonos que nos jodamos. Y a su vez, tanta voz ahogada, masticando tierra cada vez más seca.


David S.

METAVIOLENCIA


Es una violencia que no estalla.
Una violencia que se va fermentando en la cabeza de quienes sufren la fuerza, en sus cuerpos magullados.
Es, en cierto modo, una violencia calma, una violencia que recorre las calles a oscuras, como a la espera, agazapada, latente. Una violencia que ha sabido esperar, una violencia fraguada entre demasiados golpes. Una violencia dormida, aplacada, tragada con saliva, reconducida y gestionada, una violencia transformada, creativa. Pero que ha ido dejando demasiados posos. Una violencia de dientes apretados los unos contra los otros, tomando aire entre los huecos que estos dejan. Una violencia que no sabe de sí misma. Que camina en masa. Que no sabe cuándo se da o recibe el primer golpe. Que simplemente anda al calor de una noche de verano, encontrándose con otras tantas de su calaña. Murmurando. Sorprendida de sí. Reflexiva, sí, pero cansada ya. Una violencia que no sabe cómo va a aplacarse. Que de hecho no se busca a sí misma. Que le gustaría volver de nuevo al fondo. Latente, a que la dejen dormir tranquila. Pero cada vez que lo hace, como un animal mosqueado, vuelve a sentir como le meten el dedo en el ojo. Una violencia que respira entre dientes, dije, pero que, quién sabe cuando abra sus fauces, si todo quedará en bufido, o será capaz de amputar, casi sin querer incluso, el brazo que le ha estado toqueteando la comida.



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David S.

CÓDIGO DE HONOR


Los amigos de mis amigos, son mis amigos. Los enemigos de mis amigos, son mis enemigos. Los amigos de mis enemigos, son mis enemigos. Los enemigos de mis enemigos, son mis amigos. Los amigos de los enemigos de mis amigos, son mis enemigos. Los amigos de los enemigos de mis enemigos, son mis amigos. Los enemigos de los amigos de mis amigos, son mis enemigos. Los enemigos de los amigos de mis enemigos, son mis amigos. Los amigos de los amigos de mis amigos, son mis amigos. Los amigos de los amigos de mis enemigos, son mis enemigos. Los enemigos de los enemigos de mis amigos, son mis amigos.Los enemigos de los enemigos de mis enemigos, son mis enemigos.


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David S.

DE NOMBRE, ÉL


Te miras al espejo y tienes el pecho lleno de bocas, lleno de bocas que gritan.
Lleno de bocas y gritos que ahogas (o lo intentas) abrochando hasta el último botón de la camisa.

Y aunque lo quieres, ya nunca hablas de él, apenas sólo cuando te preguntan.
Conoces bien su nombre, marcado en tu pecho, pero ya no lo pronuncias.
Para ti, y cuando lo mientas, ya sólo es él, él. ‘ÉL’.

Que apareció con su nombre, ligándolo al tuyo. Él.

Él
Cuando intentas olvidarlo, y sabes que tu pecho no te deja, olvidarlo a él.
Él
Cuando te vuelve a hacer daño, y sabes que el daño tiene nombre propio. De nombre él.
Él
Cuando caminas a solas, a solas por él, a solas, siempre sin él.

Que perdió su nombre, que iba ligado al tuyo. Él.
Mientras las bocas que gritan en tu pecho escapan a la cárcel de tu camisa, llegando hasta tu cabeza, gritándote su nombre, que ya no es un nombre, que es sólo ‘él’.

Perdió su nombre. De nombre él.


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David S.

LOS ÁRBOLES DE HOY DÍA



No anclaron hondas sus raíces los árboles de hoy día.

Se dejan arrastrar a voluntad del viento las copas de los árboles de hoy día. 

Sobre las cabezas de quienes levantaron sus troncos, vuelan sin vida las hojas de las copas de los árboles de hoy día.

Trajeadas y negras alimañas acuden, ávidas allá donde cae, del verde de las hojas de las copas de los árboles de hoy día.

Pero todo hoy día tiene su noche, también hoy día. Y por la noche, el viento amaina, y deja de arrastrar consigo el inerte verde de las hojas de las copas de los árboles de hoy día. 

Dejando a la noche y sus criaturas, sólo sus raíces, los árboles de hoy día. Raíces que, sin embargo, no están ancladas del todo hondo, hoy día.


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David S.

SACAD LOS CUBOS DE VOMITAR.


No sois capaces de creeros los HIJOS DE PUTA por los que estáis gobernados.Ayer, nuestro presidente anunció que suspende parte de la ayuda por desempleo.
Para incentivar a los parados a buscar trabajo, dijo.
Esto ya de por sí es motivo suficiente para pensar que esta gente es, una de dos, ignorante (lo de siempre, estos del PP, los niños de papá, los ricos que no tienen ni puta idea de lo que es necesitar un trabajo, de los que tienen unos padres que visten gafas oscuras y tiene la suerte de que les toque la lotería varias veces, las que hagan falta) o son unos valientes cabrones con mucha crueldad dentro.
Pues bien, durante ese anuncio, podéis ver a Andreíta Fabra (ilustre apellido) ( la rubia que está en la segunda fila empezando desde arriba, en el centro, entre dos hombres) aplaudiendo y gritando.. Pudiéndosele leer los labios entre tanto incomprensible aplauso a unos drásticos recortes sociales:' muy bien, muy bien (y, acompañando a un vehemente asentimiento con la cabeza) QUE SE JODAN!'


Pese a la falacia argumentativa que supone el pretender que las lágrimas de esta ministra marioneta italiana hacen más livianos los sacrificios impuestos al país vecino, me resulta complicado no acordarme de aquella famosa declaración de Elsa Fornero anunciando los sacrificios que a su nación se habrían de imponer.


Aquí no sólo no se llora, si no que se aplaude, se aplaude fervientemente, se aplaude a todo lo que suponga cercenar los derechos de los ciudadanos, y una vez más, no sé discernir si por ignorancia, o por crueldad. Vítores que me traen a la mente esta otra escena, cinematográfica.


Y es que, para finalizar, a lo que me huele todo este asunto, es a una burda repetición de la historia, sin revoluciones de por medio (trístemente me inclino a pensar últimamente que con el amago revolucionario que sacia las necesidades estéticas de la misma, se confunde el fin con el medio, y nos damos por satisfechos con tener fotos de portadas llenas de jóvenes, yayoflautas o mineros, pero no más, pues nada más nos queda, o nos enseñaron, de revoluciones pasadas, que su estética, poco se nos habló de guillotinas en las plazas, de gente llana enunciando, probablemente sin saberlo, el prototipo de la declaración de los derechos humanos) de lo que ocurría en el país de más allá de los pirineos hace ahora más de doscientos años. 
-¿Que el pueblo no tiene pan? ¡Pues que coman pasteles!Es la frase atribuida (parece ser que erróneamente) a Maria Antonieta y que encendió los ánimos de ese pueblo que, a las afueras de ese universo paralelo que era Versalles, gritaba hambriento. Una vez más es difícil discernir si estamos hablando de crueldad o es que, simplemente, las doradas paredes de Versalles amortiguan el clamor que intenta colarse desde la calle. 
Aquí, ni si quiera disponemos de esa fina burla (no por ello menos ofensiva) de los reyes franceses. Aquí somos más campechanos, aquí, directamente, aquellos que imponen, ciegos, ávidos, viles, nos mandan jodernos. Que dicho de otra forma (acaso quizá ni de esta) probablemente no nos enteraríamos.
Hace poco más de doscientos años, el país vecino sacó a esta reina a la calle, y le puso, de un seco golpe, un último collar de acero.  


 13 Julio 2012
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David S.

LA SONRISA IRÓNICA DEL UNIVERSO


Me frustra -dijo ella-, no ser capaz de tener con él la relación que cabría esperar. Quiero decir, no he vivido muchas cosas con él, y no espero de él ningún trato en función de las experiencias vividas juntos, que no las ha habido, pero coincidimos en tantas cosas…; gusto musical e inclinaciones políticas, un sentido similar de lo que es la justicia, y los amigos en común se cuentan por decenas. En distintos momentos hemos luchado por causas similares, e incluso hemos llegado a querer, en diferentes momentos también, a las mismas personas.
Y sin embargo, no hemos sido capaces de crear nada. Me frustra además, creer ser la única a la que le entristece pensar que, entre pársecs y pársecs de universo, millones de años  y personas que han pasado, y los millones, de ambos, que están por pasar, no seamos capaces de amarnos todos al darnos cuenta de que poseemos siquiera una sola cosa en común.
Quiero decir, ¿no te parece ya suficientemente absurdo –continuó- pensar que en este jodido momento estemos compartiendo planeta con… Obama, Karlos Arguiñano, refugiados políticos, o top models? ¿Soy la única que piensa que una sola jodida coincidencia ya es algo de proporciones increíblemente maravillosas?.

Y sin embargo –contestó él-, hay veces que te cruzas con una persona, cuyas diferencias culturales son lo suficientemente fuertes como para que, aunque quisieras, no pudieras pronunciar la mitad de las consonantes que contiene su alfabeto, y esa persona lo ha comprendido.
Por eso me parece que, pese a todo, no te queda más que acompañar la continua y sonora carcajada irónica del universo cuando ocurren cosas como lo que me ha pasado a mí hace poco –prosiguió él-. Perseguía yo esta tarde a un gato a la orilla del río, lo asustaba, el se desplazaba unos metros, y con ese carácter despreocupado de los animales que pasan mucho tiempo soportando a demasiados seres humanos, se paraba a la espera de que me cansara de ese juego. Volvía a salir corriendo tras él, y, cuando tras repetir varias veces la operación fui yo el que consiguió cansar al animal, que decidió poner tierra de por medio escapando por un agujero donde sabía no me merecería la pena continuar con la broma, eché la vista al suelo, y encontré un litro de cerveza, sin abrir, esperándome...

-Hechos literalmente reales-.


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David S.

PÁRVULOS


En la guardería me enseñaban cosas muy básicas con mucho ahínco, que si había que ahorrar agua, cuidar la naturaleza, que no nos peleáramos, que pidiéramos perdón, que leyéramos, en fin, no sé, que no robáramos, que compartiésemos.. bueno, cosas muy de perogrullo que, evidentemente, los críos hacíamos. Ahora no sé si pensar que aquello era un injusto ejercicio de cinismo, exigiendo a niños de 3 y 4 años comportamientos que los adultos no eran capaces de llevar a cabo, o un desesperado y necesario intento que se repite generación tras generación intentado que, por una vez, se rompa el círculo y alguna de esas generaciones de niños sea capaz de seguir comportándose como tal al alcanzar la mayoría de edad. Y no como adultos de mierda que exigen a niños de guardería lo que ellos no son capaces de llevar a cabo.
Feliz corrupción.  


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David S.