viernes, 14 de septiembre de 2012

Vómito de un 15 de Septiembre.


Vendrá el olvido.
Como vino la primavera tras un otoño incierto.
Vendrá a tu nombre como sombra, como niebla de verano.
Pero no ahora a tu nombre, que viene y se queda
atorado en mi garganta, sin escupirlo mi boca.
Vendrá el olvido, no lo dudo, vendrá con una vida nueva.
Nueva de nombres, y de noches.
Nueva de amaneceres, en que mi mano,
no me traicione buscándote, al otro lado de mi almohada.
Vida nueva de vida, y de traiciones, a duras penas a tu altura.
A la altura de tu indiferencia, a la altura de tu silencio.
A la altura de tus abandonos, tus desmanes y desprecios.
A la altura de tu inconsciencia, tus amenazas, y tus juegos.
Escondido en las esquinas de las calles que paseo.
Al acecho de la ofensa, del sutil entrometimiento.
A la altura de tu juego, de niño bueno tirando piedras.
Cuando yo enfermaba, huías, tras volutas menos ingratas.
Sólo era tus vacaciones, cuando tú las necesitabas.
Te acercabas a mi y bebías. Bebías y mi boca secabas.
Cavé por ti pozos en el desierto. Taimadas fuentes y oasis, que emponzoñaste a carcajadas.
Me derramaba dándote agua. Y tú, hacía tiempo que te ahogabas.
Te di cuanto era, todo. Y tú bebías de buena gana.
Sin separación de bienes firmada, yo mismo preparé tu estafa.
Te voy a quitar cuanto tengas, fue tu única amenaza.
Puedes destruir quien soy, pues no soy mío, si no tuyo ahora, fue mi respuesta acertada.
No me da miedo perderme. Me reconstruyo una y mil veces, las que hagan falta.
Cuando sea yo otra persona, vestido de seda y grana, volveré a llamar a tu casa.
Miraste sobre mi cabeza, y tu frío helaba mis lágrimas.
Me aparté, me fui a mi casa.
Me enterré y nací de nuevo.
Mientras tanto, tú follabas.
Quemé tu nombre en mi agenda, empapando mi almohada.
Ni cien años de llanto, deslucirían lo que tú me dabas.
Pero entonces golpeaste. Cumpliendo tu amenaza.
Yo era vano intento, sombra. Mientras tú te alardeabas.
Ocupaste raudo el sitio que yo descuidé al volver a casa.
Mi vida, durante años levantada, ahora tú la reclamabas.
Me perdí en auxilios y derrotas, muchos oyeron mi llamada.
Nunca pedí las lealtades que entonces me fueron mostradas.
Mientras tanto los apetitos, de quienes te dejaban alimentabas.
Por ti perdí más de lo que vales. Años de amistades truncadas.
Caí al infierno oscuro. De él apenas recuerdo nada.
Te rodeaste de risas. Risas livianas. Malvadas.
No olvidaste, pues no las tuviste en cuenta, las vidas destrozadas.
Nací con un nombre nuevo. ¿Con la fe recuperada?.
Transformé la soledad, que de niño te amargaba, en cercana compañera, en indeseada aliada.
Convertiste mis virtudes, durante años labradas, en risas vacías, en vidas vanas.
Todo aquello que me quitaste, valía lo que que tus pupilas dilatadas.
Un puñado de euros el gramo, un par de ausentes mamadas.
Que, gracias a Dios, ya no me contabas.
Sois los reyes, quién lo duda, de tierras baldías con sal sembradas.
Donde ara sin descanso, la inconsciencia más malvada.
No soy yo el damnificado. Aunque me duelan vuestras miradas.
No somos, yo y otros, jamás, vidas sesgadas.
Somos esquejes, si acaso, en nuevas tierras sembrados.
Me renuevo, te lo dije, pero no en tierras saladas.
Soy otro, te lo advertí. Pero las tornas están cambiadas.
Ya no puedo, aunque quisiera, llamar a la puerta de tu casa.
Ya no puedo, aunque quisiera, disfrutar pasiones ajadas.
Ya no puedo, aunque me exijan, disfrutar vuestras chorradas.
Yo empolvo mi alegría, no aspiraciones frustradas.
Os doléis vosotros mismos, con golpes que sangrarán mañana.
No soy yo el que pierde, digo, aunque me duela el velo de maya.
Ni por mil ojos ciegos cambiaba, haber visto la empatía.
Ni mil traidores valen lo que media doliente vida.
Llegará el olvido, seguro, como llegó el final de mi vida.
Llegará, pero no ahora, que me tortura una mente que no es mía.
Llegará como todo llega, en la transformación de la vida.
Llegará tarde o temprano, y quién sabe, si para entonces,
habréis al fin descubierto, que el nombre de vuestra alegría,
no es si no 'dignidad perdida'.

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De dignidad no podrán hablar nunca quienes hacen oidos sordos al dolor ajeno.
Quienes golpean y luego, usan sus manos para tapar sus oidos.
Taparlos tan fuerte que apenas oigan amortiguado el último estertor de su conciencia.
No están estas líneas ya, que buscan el olvido, aquí para hacer recuento infinito de desmanes y desagravios, pues nadie está libre del derecho a actuar mal. A equivocarse.
De los errores se aprende. Y vosotros, con vuestros errores, enseñáis. Enseñáis con mal ejemplo, pues sois, holocausto en vida, valedores de la ética como dialécticta negativa.
Con monstruos vivimos todos.
Monstruos los de algunos que duermen profundos. Que horroriza pensar en despertar.
Con monstruos otros, que sacan felices de paseo, regodeándose al ver las flores que marchitan a su paso. Falaz ensalzamiento de la vida propia, ofrece ver morir a los demás, mientras nosotros sobrevivimos.
De monstruos se ha llenado el mundo de los adultos, y a ratos ya el de los niños.
De monstruos propios y ajenos que nadie afrenta. De monstruos con los que convivimos, revolcándonos juntos con ellos en la mierda, en un espectáculo coprófago cuyo hedor filtran narices blancas.
Y mientras tanto algunos, los conscientes, sufren la lucha de un mundo que es cloaca y sus desagües.
Cementerio nuclear que hipoteca los futuros de cuantos sobre él caminan.
Mientras tanto algunos, unos pocos, no sé si suficientes, toman consciencia y sangran.
Sangran a borbotones con cada golpe. Se miran fíjamente con sus némesis.
Con la respiración entrecortada, arrodillados en el suelo. Se lanzan contra su monstruo y se arruinan a golpes.
Vuelven a caer al suelo. Con sangre en las manos.
Otros duermen a sus diablos. Les embaucan y cuentan cuentos. Los van dejando helados. Y los hacen chiquititos.
Duermen sus monstruos siempre con un ojo abierto. A la espera de un descuido. Atentos el uno al otro. De nuevo sangran, ambos sangran. Monstruo y cuenta cuentos. Mucha sangre y muchos cuentos. Un viacrucis que es un pulso.
Pero quienes los dejaron libres. Esos no sangran.
Esos sólo gritan, para sonar más fuertes que sus miedos.
Suben el volumen de la música, para no tener que verlos.
Atoran sus narices, para no tener que olerlos.
Y sus bocas, que sólo gritan, no dicen ya nada.
Sus oídos, que sólo oyen, no escuchan tampoco.
Y sus narices, que no se huelen a si mismos. Esas sí que sangran. Sangran poco. Imperceptible. Pero nunca se detienen.
Errores y monstruos tenemos todos.
Pero algunos, tras cometerlos, miran sus manos, y observan con espanto la obra que estas han provocado.
Los cristales rotos. El holocausto.
Y con más temblor que orgullo, se aguantan las lágrimas de los ojos, y se agachan a recoger los pedazos.
Sangrando. Sangrando mucho por las manos.
Cortándose, cortándose mucho con los cristales. No importa.
Mirándose al espejo, y, tragando su reflejo con saliva que quema su garganta.
Esos son, y no vosotros, los que lloran.
Esos son, y no vosotros, los que sufren.
Esos son, y no vosotros, los que sangran.
Esos son, y no vosotros, los que duelen.
Esos son, y no vosotros, los infelices.
Esos son, y no vosotros, los que quiero (ser).


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David. S

sábado, 1 de septiembre de 2012

SOLA.


Está Linda sola, sentada en su habitación. 
Sentada en el rincón solo, de su sola habitación. 
Sintiéndose Linda sola, leyendo en su rincón. 
Roja y negra, su sola habitación. 
Y en la esquina, naranja, naranja el radiador
Se mete bajo su cama a leer Linda, y mira el ordenador. 
Es su hogar, toda su casa es, su sola habitación.
Ojos sin vida la miran, desde la pared del comedor. 
Pared que es, a su vez, límite de su habitación.
Tiene amigos Linda, ¡qué linda es!, divertida también
amigos de hoy, que quizás mañana ya no estén.
Y amigas.
Amigas verdes, que son, si acaso, soledad y locura. 
Se le alborota a Linda su rojo pelo, cuando interrumpen su soledad, cuando llaman a su puerta.
Vecinos, gatos, carteros, son los pocos que la molestan. 

Quince amores hoy. 
Quince amores hoy, en el viento.
Quince amores hoy, en el viento revolotean.
Quinde amores hoy, en el viento, revolotean tras su ventana.

Linda se lava, se pinta, se viste.
Sujeta melena y lengua, abre la persiana.
Brilla el rojo de su pelo al sol. Se esconde el negro de su casa.
Hoy es viernes otra vez, otra vez fin de semana.
Esconde el verde, sus amigas, y sale sin ilusión ni ganas. 
Sólo quiere (por [una vez) más], ser Linda la más admirada.

Sale. 
Ríe.
Bebe. 
A algunos y algunas embauca.

Pero viene a verla, otra vez, su loca enemiga diabla.
Que le grita, con su pelo corto y lengua larga.
Quiere Linda, una vez más, verla morirse en la sala. 
Y la empuja y la grita'a la araña.
Se agarran la una a la otra. Despeina su cabellera atezada.
Todo el mundo ahora la mira. También los amores de su ventana. 
Es la bestia desatada.
Escupe, grita y blasfema, nadie su integridad guarda.
No la deja su locura, sólo ella la acompaña.
A quienes ahora la miran, Linda ataca y ataca.
Quizás ahora es ya domingo. Linda vuelve ya a su casa.
Dejando entrar, ahora sí, a quienes antes a su puerta llamaban.
Se recoge el pelo rojo.
Entran, verdes, como en casa. 
Soledad y locura, si acaso nunca la esperanza.
Y vuelve Linda a su rincón. 
Al solo rincón de su sola casa.