sábado, 25 de agosto de 2012

CONCEPTION


- A lo mejor es tu puta culpa. A lo mejor todas esas mierdas que te pasan siempre y de las que tanto te quejas, las has estado atrayendo tú. A lo mejor tienes que andarte con cuidado a la hora de ser tal y como eres, pues, a la larga, si no antes, la mayoría de la gente, lo sabes, se acaba hartando de ti. Y una vez más, tienes que volver a pasar por toda esa mierda. Hacerte a la idea de que nadie merece la pena y que, de tanto en tanto, las cosas se complican más de lo que nadie está dispuesto a asumir.  
A lo mejor esos 4 o 5 que quedan a tu lado son gente tanto o más miserable de lo que tú quieres que, a base de creerlo, acaben siendo aquellos que te echaron de su lado, que te dejaron de soportar.
Quizás, a la larga, las únicas relaciones que vas siendo capaz de mantener en el tiempo son con ese triste tipo de persona que tiene tanto miedo de estar sola, tanto miedo al daño, que no tiene coraje suficiente como para decirle a nadie que se aparte de su lado. Ni si quiera a alguen de tan mala calaña como tú. 

- O a lo mejor nada de esto es culpa tuya. Quizás, simplemente, a nadie le da la gana de nada, nunca. A veces, ni si quiera tú tienes ganas de hacer nada por nadie. Quizás sólo sea que es más fácil beber una noche más, y reir, todos juntos. Y quizás eso siempre será lo más fácil mientras sigas teniendo miedo a ser tal cual eres, pues a la larga, si eres tú mismo, la gente con miedo de sí, creará guetos donde estés mal visto.
Aunque a otros, a estas alturas seguramente ya los que menos, los atraerás con tu luz como polillas. A lo mejor esos 4 o 5 que se queden a tu lado serán los únicos a quienes las cosas le importen más que una mierda, y son de la rara calaña de los incansables que piensan que siempre merece la pena luchar. Aunque ellos tengan clavado en el pecho el mismo puñal que tú, si acaso, seguramente, uno mayor, y por eso, por no estar muertos, luchan, y tú eres parte de su lucha, igual que ellos lo son de la tuya. 


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David S.

OLVIDO


Hacía tiempo ya. 

Las montañas seguían en su sitio, pero sobre ellas habían caminado nubes y nubes, soles y soles, lunas y lunas. Aviones y aviones.
Habían caminado ya,  sobre sus huesos rotos, cientos y cientos de aparatos que él nunca jamás pudo haber imaginado.
Pero sobre todo, había dormido ya al amparo del susurro del motor de demasiados coches.
Habían pasado lustros, decenas de años ya. Cientos.
Y nadie había escuchado aun su grito, ahogado a fuego y tierra.
Grito que aun quemaba en su garganta, llamando a la puerta de su boca.
El grito de muchos. De miles de voces, que a veces decían lo mismo, y a veces, cosas muy distintas.
Entre los huesos de su calavera tronaban mil gritos que, macerados con el tiempo, se habían convertido todos en la misma cosa.
Un lacerante silencio. Un silencio ensordecedor. Ronco de olvido. Un silencio estentóreo que, de no estar su cráneo roto ya, hubiera bastado para, retumbando entre los nichos donde antaño fisgaban unos ojos, abrir las suficientes fisuras como para hacer estallar, retumbando de silencio, su cráneo ajado.

Así, a golpe de silencio, de ira fraguada de espera, y con ayuda del viento, que levanta el polvo del camino. Quiso, como semilla vieja, sacar a la luz su ajada dignidad.
Así asomó la muerte sus cejas al sol. Con su camisa mustia, antaño teñida carmesí.
Sus yemas (o al menos el lugar donde estas solían estar) empezaban a acariciar ya esos centímetros donde la tierra está caliente cuando, tarde, siempre tarde, se hizo notorio. Al fin. 

Exhumado y entre gestos de extrañeza, fue llevado a analizar.
Era llevado de aquí para allá. Y nadie escuchaba su silencio. 
Acaso ni él, entre tantas voces, entendía ya las palabras que oía. ¿Tanto tiempo había pasado?
Intuía, si acaso, qué ocurría. Pero ellos, ellos no sabían qué hacer. Qué pensar.  Qué decir. 
Se eran un misterio, tanto él para los otros, como los otros para el uno.
Se eran un misterio demasiado incómodo. Y él, sin más patria ya ni origen que el hoyo, el jodido hoyo del que había logrado escapar, fue devuelto, más hondo, allá donde sólo le acompañaba el amortiguado rugir de los coches que pasaban.

Allí se le devolvió, pues allí se pensó que pertenecía. Y era cierto. Si a algún lado pertenecía ya, era al olvido.
Y su grito se fue callando. Deshaciéndose en la tierra. Sus ansias de sol se tornaron caída.
Su voz ahogada, su silencio atronador, el nudo de su garganta, y los miles que le acompañaban, dejaron de lacerar, dejaron de incomodar, dejaron de ser.
Ya sólo pertenecía a ese suelo, y cada vez más quería hundirse en él.
Fría, húmeda y oscura tierra. Cada vez más fría, cada vez más oscura. Ni allí, ni en ningún lado, estaban ya los suyos.
Cuántos años no llevarían ya cerrados los ojos que le buscaron, las bocas que le llamaron, las manos que escarbaron, los oídos que hubieran escuchado su silencio gritar. 
Quienes amó y quienes le amaron, quienes odió y quienes le odiaron, quienes le odiaron tanto como para llenar, de madrugada, su boca de tierra, sus ojos de sangre, su cabeza de plomo.
Las risas que oyera, las ideas que defendiera, los sueños por los que muriera. Era todo olvido ya. 
Así se apagó. Y sólo así, cuando al poco tiempo, si es que acaso el tiempo podía contarse ya, volvió a escuchar esas voces que ya no hablaban su idioma, pudo entenderlas. No eran ya palabras lo que entendía, amortiguadas por fría tierra.

Era ese idioma que todos habían hablado siempre. Ese idioma que estaba, estuvo desde siempre acaso, olvidado desde casi antes de nacer. Ese idioma que sólo podían entender ya, quienes habían asumido su olvido. 
Escuchó de nuevo las voces que allí le habían llevado. Escuchó los gritos. Escuchó los pasos rápidos del miedo. Escuchó el ajetreo de la ira. Escuchó, de nuevo, cuerpos desplomarse inhertes. De nuevo. 
Y desde allí abajo supo que había sido su olvido el que los había matado. El que estaba haciendo que, de nuevo, miles de voces se llenaran de plomo y tierra sobre él. 
Escuchaba, ahora sí, el silencio atronador de gargantas ahogadas en tierra aun caliente y húmeda, sobre sus ya disueltos huesos. 
De gargantas que, de nuevo, tronaban de silencio. Estallaban de impotencia. Gritaban asfixiadas esperando que alguien las oyera. Que esta vez, no fueran olvidadas. 
Que ese maldito olvido no volviera a convertirse en muerte.
Gritos estrangulados en tierra que aun tenían algo que decir. Que aun contaban con quienes pudieran oírlos. Gritos ahorcados que exigían el sol del que habían sido privados para no tener que volver a atragantarse en gargantas mudas.

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Desde las cunetas de España son muchos aun los silencios que tronan. Ahora que aun alguien puede escucharlos. Ahora que aun hay quienes quieren, más aun, necesitan oirlos. Necesitan unir sus medias voces a ese silencio ahogado para, sin ardor en la garganta, poder dar voz al recuerdo. 
Mientras queden medias voces que completen ese silencio, tendrán sentido las palabras que nos saquen del olvido, que impidan que hoy, mañana, dentro de cinco, diez, cien años quizá, se repita el espectáculo de sangre y lodo que siempre supone una guerra.

Mientras quede una sola víctima de aquella guerra civil, será posible dar sentido a la palabra transición. Con el reloj corriendo en nuestra contra, cada vez estamos más cerca de que llegue ese día en que muera el último superviviente. En ese mismo segundo, habrá llegado el olvido. Habremos firmado el emplazamiento de ese cementerio nuclear, de esa bomba de relojería que supone el olvidar. 

Todo sistema político se considera legítimo a sí mismo, de manera axiomática. Si yo decido qué es legítimo, entonces legitimo que yo decida qué es legítimo. 
Durante más de cuatro décadas, 'los caídos por la patria' han recibido homenajes. Homenajes legitimados desde el sistema político de turno. Durante esas mismas décadas, era legítimo también continuar una sangría que no acabó con la sinrazón de la guerra, si no que se mantuvo de manera cruel y sistemática.

Hoy nos encontramos en una situación de agravio comparativo, de una democracia que parece que ha de pedir perdón por serlo. De una democracia que, atada a un interesado concepto de 'transición' no se ve legitimada, capaz, frente a un régimen que no está tan extinto como gusta hacernos creer. Una democracia que, de considerarse legítima a sí misma, debería considerar legítimas también a sus iguales. Y debería, con ello, honrar el recuerdo de quienes por su defensa cayeron.
Es un idioma más primario ya que el del honor. Es el idioma del recuerdo. Es acaso la historia la única manera de ponernos sobre aviso de errores ya cometidos.

Pero España sigue atada a una transición que no es tal. Una transición que no hace honor a este término. Una transición que no se debe a una intención de cambio. Una transición que es un fin en sí misma, y que se conforma con elogiarse a sí. Atada a una transición que ve legítimo que cientos de gritos se asfixien en sus cunetas.

 Una transición que, a fin de cuentas, no quiere dejar de serlo.

Con la llegada del 15-M y sus, a la larga poco resolutorios ideales de unidad (reclamada por encima de ideologías, partidos o banderas) y pacifismo, se abrió una grieta por la que parecía entreverse la posibilidad de un movimiento resolutorio de este problema nunca superado de las dos Españas.
Se pedía unidad, sí, era la primera vez que miles de jóvenes, de los que hemos nacido en la democracia, de quienes no conocemos las voces que gritan nuestros nombres desde las cunetas, de quienes, se nos dice, somos la generación mejor preparada que alguna vez tuvo este país, pedíamos unidad.
Pero, para qué engañarnos. Esta unidad nunca nos será concedida. Nunca lo será mientras haya tanta estatua, tanta misa el 20 de Noviembre, tanta voz alzada en el parlamento gritándonos que nos jodamos. Y a su vez, tanta voz ahogada, masticando tierra cada vez más seca.


David S.

METAVIOLENCIA


Es una violencia que no estalla.
Una violencia que se va fermentando en la cabeza de quienes sufren la fuerza, en sus cuerpos magullados.
Es, en cierto modo, una violencia calma, una violencia que recorre las calles a oscuras, como a la espera, agazapada, latente. Una violencia que ha sabido esperar, una violencia fraguada entre demasiados golpes. Una violencia dormida, aplacada, tragada con saliva, reconducida y gestionada, una violencia transformada, creativa. Pero que ha ido dejando demasiados posos. Una violencia de dientes apretados los unos contra los otros, tomando aire entre los huecos que estos dejan. Una violencia que no sabe de sí misma. Que camina en masa. Que no sabe cuándo se da o recibe el primer golpe. Que simplemente anda al calor de una noche de verano, encontrándose con otras tantas de su calaña. Murmurando. Sorprendida de sí. Reflexiva, sí, pero cansada ya. Una violencia que no sabe cómo va a aplacarse. Que de hecho no se busca a sí misma. Que le gustaría volver de nuevo al fondo. Latente, a que la dejen dormir tranquila. Pero cada vez que lo hace, como un animal mosqueado, vuelve a sentir como le meten el dedo en el ojo. Una violencia que respira entre dientes, dije, pero que, quién sabe cuando abra sus fauces, si todo quedará en bufido, o será capaz de amputar, casi sin querer incluso, el brazo que le ha estado toqueteando la comida.



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David S.

CÓDIGO DE HONOR


Los amigos de mis amigos, son mis amigos. Los enemigos de mis amigos, son mis enemigos. Los amigos de mis enemigos, son mis enemigos. Los enemigos de mis enemigos, son mis amigos. Los amigos de los enemigos de mis amigos, son mis enemigos. Los amigos de los enemigos de mis enemigos, son mis amigos. Los enemigos de los amigos de mis amigos, son mis enemigos. Los enemigos de los amigos de mis enemigos, son mis amigos. Los amigos de los amigos de mis amigos, son mis amigos. Los amigos de los amigos de mis enemigos, son mis enemigos. Los enemigos de los enemigos de mis amigos, son mis amigos.Los enemigos de los enemigos de mis enemigos, son mis enemigos.


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David S.

DE NOMBRE, ÉL


Te miras al espejo y tienes el pecho lleno de bocas, lleno de bocas que gritan.
Lleno de bocas y gritos que ahogas (o lo intentas) abrochando hasta el último botón de la camisa.

Y aunque lo quieres, ya nunca hablas de él, apenas sólo cuando te preguntan.
Conoces bien su nombre, marcado en tu pecho, pero ya no lo pronuncias.
Para ti, y cuando lo mientas, ya sólo es él, él. ‘ÉL’.

Que apareció con su nombre, ligándolo al tuyo. Él.

Él
Cuando intentas olvidarlo, y sabes que tu pecho no te deja, olvidarlo a él.
Él
Cuando te vuelve a hacer daño, y sabes que el daño tiene nombre propio. De nombre él.
Él
Cuando caminas a solas, a solas por él, a solas, siempre sin él.

Que perdió su nombre, que iba ligado al tuyo. Él.
Mientras las bocas que gritan en tu pecho escapan a la cárcel de tu camisa, llegando hasta tu cabeza, gritándote su nombre, que ya no es un nombre, que es sólo ‘él’.

Perdió su nombre. De nombre él.


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David S.

LOS ÁRBOLES DE HOY DÍA



No anclaron hondas sus raíces los árboles de hoy día.

Se dejan arrastrar a voluntad del viento las copas de los árboles de hoy día. 

Sobre las cabezas de quienes levantaron sus troncos, vuelan sin vida las hojas de las copas de los árboles de hoy día.

Trajeadas y negras alimañas acuden, ávidas allá donde cae, del verde de las hojas de las copas de los árboles de hoy día.

Pero todo hoy día tiene su noche, también hoy día. Y por la noche, el viento amaina, y deja de arrastrar consigo el inerte verde de las hojas de las copas de los árboles de hoy día. 

Dejando a la noche y sus criaturas, sólo sus raíces, los árboles de hoy día. Raíces que, sin embargo, no están ancladas del todo hondo, hoy día.


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David S.

SACAD LOS CUBOS DE VOMITAR.


No sois capaces de creeros los HIJOS DE PUTA por los que estáis gobernados.Ayer, nuestro presidente anunció que suspende parte de la ayuda por desempleo.
Para incentivar a los parados a buscar trabajo, dijo.
Esto ya de por sí es motivo suficiente para pensar que esta gente es, una de dos, ignorante (lo de siempre, estos del PP, los niños de papá, los ricos que no tienen ni puta idea de lo que es necesitar un trabajo, de los que tienen unos padres que visten gafas oscuras y tiene la suerte de que les toque la lotería varias veces, las que hagan falta) o son unos valientes cabrones con mucha crueldad dentro.
Pues bien, durante ese anuncio, podéis ver a Andreíta Fabra (ilustre apellido) ( la rubia que está en la segunda fila empezando desde arriba, en el centro, entre dos hombres) aplaudiendo y gritando.. Pudiéndosele leer los labios entre tanto incomprensible aplauso a unos drásticos recortes sociales:' muy bien, muy bien (y, acompañando a un vehemente asentimiento con la cabeza) QUE SE JODAN!'


Pese a la falacia argumentativa que supone el pretender que las lágrimas de esta ministra marioneta italiana hacen más livianos los sacrificios impuestos al país vecino, me resulta complicado no acordarme de aquella famosa declaración de Elsa Fornero anunciando los sacrificios que a su nación se habrían de imponer.


Aquí no sólo no se llora, si no que se aplaude, se aplaude fervientemente, se aplaude a todo lo que suponga cercenar los derechos de los ciudadanos, y una vez más, no sé discernir si por ignorancia, o por crueldad. Vítores que me traen a la mente esta otra escena, cinematográfica.


Y es que, para finalizar, a lo que me huele todo este asunto, es a una burda repetición de la historia, sin revoluciones de por medio (trístemente me inclino a pensar últimamente que con el amago revolucionario que sacia las necesidades estéticas de la misma, se confunde el fin con el medio, y nos damos por satisfechos con tener fotos de portadas llenas de jóvenes, yayoflautas o mineros, pero no más, pues nada más nos queda, o nos enseñaron, de revoluciones pasadas, que su estética, poco se nos habló de guillotinas en las plazas, de gente llana enunciando, probablemente sin saberlo, el prototipo de la declaración de los derechos humanos) de lo que ocurría en el país de más allá de los pirineos hace ahora más de doscientos años. 
-¿Que el pueblo no tiene pan? ¡Pues que coman pasteles!Es la frase atribuida (parece ser que erróneamente) a Maria Antonieta y que encendió los ánimos de ese pueblo que, a las afueras de ese universo paralelo que era Versalles, gritaba hambriento. Una vez más es difícil discernir si estamos hablando de crueldad o es que, simplemente, las doradas paredes de Versalles amortiguan el clamor que intenta colarse desde la calle. 
Aquí, ni si quiera disponemos de esa fina burla (no por ello menos ofensiva) de los reyes franceses. Aquí somos más campechanos, aquí, directamente, aquellos que imponen, ciegos, ávidos, viles, nos mandan jodernos. Que dicho de otra forma (acaso quizá ni de esta) probablemente no nos enteraríamos.
Hace poco más de doscientos años, el país vecino sacó a esta reina a la calle, y le puso, de un seco golpe, un último collar de acero.  


 13 Julio 2012
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David S.

LA SONRISA IRÓNICA DEL UNIVERSO


Me frustra -dijo ella-, no ser capaz de tener con él la relación que cabría esperar. Quiero decir, no he vivido muchas cosas con él, y no espero de él ningún trato en función de las experiencias vividas juntos, que no las ha habido, pero coincidimos en tantas cosas…; gusto musical e inclinaciones políticas, un sentido similar de lo que es la justicia, y los amigos en común se cuentan por decenas. En distintos momentos hemos luchado por causas similares, e incluso hemos llegado a querer, en diferentes momentos también, a las mismas personas.
Y sin embargo, no hemos sido capaces de crear nada. Me frustra además, creer ser la única a la que le entristece pensar que, entre pársecs y pársecs de universo, millones de años  y personas que han pasado, y los millones, de ambos, que están por pasar, no seamos capaces de amarnos todos al darnos cuenta de que poseemos siquiera una sola cosa en común.
Quiero decir, ¿no te parece ya suficientemente absurdo –continuó- pensar que en este jodido momento estemos compartiendo planeta con… Obama, Karlos Arguiñano, refugiados políticos, o top models? ¿Soy la única que piensa que una sola jodida coincidencia ya es algo de proporciones increíblemente maravillosas?.

Y sin embargo –contestó él-, hay veces que te cruzas con una persona, cuyas diferencias culturales son lo suficientemente fuertes como para que, aunque quisieras, no pudieras pronunciar la mitad de las consonantes que contiene su alfabeto, y esa persona lo ha comprendido.
Por eso me parece que, pese a todo, no te queda más que acompañar la continua y sonora carcajada irónica del universo cuando ocurren cosas como lo que me ha pasado a mí hace poco –prosiguió él-. Perseguía yo esta tarde a un gato a la orilla del río, lo asustaba, el se desplazaba unos metros, y con ese carácter despreocupado de los animales que pasan mucho tiempo soportando a demasiados seres humanos, se paraba a la espera de que me cansara de ese juego. Volvía a salir corriendo tras él, y, cuando tras repetir varias veces la operación fui yo el que consiguió cansar al animal, que decidió poner tierra de por medio escapando por un agujero donde sabía no me merecería la pena continuar con la broma, eché la vista al suelo, y encontré un litro de cerveza, sin abrir, esperándome...

-Hechos literalmente reales-.


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David S.

PÁRVULOS


En la guardería me enseñaban cosas muy básicas con mucho ahínco, que si había que ahorrar agua, cuidar la naturaleza, que no nos peleáramos, que pidiéramos perdón, que leyéramos, en fin, no sé, que no robáramos, que compartiésemos.. bueno, cosas muy de perogrullo que, evidentemente, los críos hacíamos. Ahora no sé si pensar que aquello era un injusto ejercicio de cinismo, exigiendo a niños de 3 y 4 años comportamientos que los adultos no eran capaces de llevar a cabo, o un desesperado y necesario intento que se repite generación tras generación intentado que, por una vez, se rompa el círculo y alguna de esas generaciones de niños sea capaz de seguir comportándose como tal al alcanzar la mayoría de edad. Y no como adultos de mierda que exigen a niños de guardería lo que ellos no son capaces de llevar a cabo.
Feliz corrupción.  


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David S.

EL ELEFANTE EN MI HABITACIÓN.




Hace un tiempo estuve viviendo con un elefante en mi habitación. 
Volvía de clase, y ni siquiera me daba cuenta de que estaba ahí. 
Leía, salía a la calle, y el elefante venía, despacito, detrás de mí. 
Nunca hacía ruido. Y ahora pienso que debía estar sentado en una esquina de mi cuarto, tan a sus cosas como yo a las mías.

Poco a poco iba dejándome pistas.
Cuando me despistaba se comía todo lo que tenía en la cocina.
Mi cuarto cada vez estaba más desordenado.
Quizá debí sospechar algo. 
Cada vez tenía que ir a comprar más a menudo.
Ahora no entiendo cómo fue posible que no me diera cuenta, fue demasiado poco a poco, pero recuerdo que poco antes de que se fuera, ya tenía que andar comprando varias toneladas de comida a la semana.
Cada vez tenía que ordenar mi cuarto más a menudo de lo que lo desordenaba.
Recuerdo que poco antes de que se fuera, tuve que sacar varios kilos de estiercol. Me hizo falta una pala.
Conforme se acomodaba, iba haciendo más ruidos. 
A veces por las noches notaba que algo raro pasaba. Sacaba la mano de mi cama, y podía tocarlo.
A veces tocaba su trompa, y pensaba que era alguna serpiente.
A veces tocaba sus colmillos, y pensaba en un rinoceronte.
A veces tocaba su pata, y pensaba en mi mesita de noche. 
Pero un día volví después de un tiempo fuera. 
Había arrasado mi cocina, había destrozado mi cuarto, había echado abajo las paredes, y había salido corriendo hacia la selva.
Que es donde viven los elefantes.
Hoy día aun no entiendo cómo pude vivir con un elefante en mi habitación. Por muy callado y quieto que estuviera.


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David S.