domingo, 20 de noviembre de 2011

La diabetes de la pequeña Elena

6 años tenía Elena cuando le diagnosticaron diabetes.
Sus padres no se lo podían creer, no había ningún caso en la familia.
Su padre amasó inmediatamente una ingente cantidad de libros al respecto. Causas médicas, soluciones, tratamientos experimentales, líneas de investigación, pedagogía para explicárselo a los más pequeños, medicamentos, listados de precios, eficiencia, dietas, carbohidratos, glucosas, cocacola normal, light o cero.
Su madre a penas daba abasto. Los primeros días en el hospital, aprendiendo las rutinas, la cantidad ingente de libros, las visitas de los familiares, con sus respectivos pésames, llevar en silencio, delante de su hija, el drama de una enfermedad que la acompañaría el resto de su vida.
Su abuela lo comentó por todo el pueblo, ¡cuánta injusticia y sufrimiento inmerecidos en una criatura tan pequeña!
Ella, cuando me vio, vino corriendo a enseñarme el medidor de glucosa en sangre, se hizo el pequeño pinchazo en el dedo y, entre risas se cogió un pellizco en la pierna y me explicó cómo de fácil era ajustar la jeringa, clavar bien la aguja, y administar la dosis.
Era un juego más, lo había practicado cien veces con agua y algodones, y cuando acabó, me dijo que era muy mayor por haber aprendido a hacerlo sola.
Elena sabe ya medirse el azúcar, interpreta los valores, comprende por qué está mala, y sabe cuanta insulina tiene que tomar, o si le conviene más tomarse un zumo o una fruta. Incluso te rechaza un helado si sabe que no es sin azúcar.
Elena está convencida de que eso la hace ser mayor. Pero no es como ellos. Los mayores, aunque también saben hacer esas cosas, interpretar esos datos, no pueden, cuando la ven, tan chiquitita, pincharse con la aguja, dejar de pensar algo que a ella jamás se le pasará por la cabeza. 'Qué injusta es la existencia, qué lástima tener así condicionada la vida'.

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