domingo, 20 de noviembre de 2011

La gran pequeña Carlota

Ella, 27 años, yo, 22.
Una vez más los dos de noche, en una de esas discotecas de glamour justito como para que yo quiera entrar (y me dejen) y ella pueda lucirse.
Y una vez más, cada uno a nuestro juego, el mio, echar un vistazo a ver si hay un sólo chico que pase el listón. El suyo, llamar la atención descaradamente hasta que elige un chico, una chica, o varios. Una vez fijados objetivos, no nos suele costar más de media hora conseguir lo que queremos, y entonces, volvemos el uno con el otro al centro de la discoteca, y nos reímos hasta que acaba la noche, cuando nos volvemos a por aquellos a quienes, al principio de la noche hicimos anclar sus miradas en nosotros, y nos vamos a poner a prueba nuestros trofeos.
Sin embargo, esa noche, al girarme y buscarla e el centro de la discoteca, me la encontré allí, quieta, con la cara desencajada y una lágrima recorriendo su mejilla. Tan diferente.

- Tengo 27 años y me acabo de dar cuenta de que todo es mentira -me dijo-. Tanta máscara me acaba de sobrepasar, tanto juego. La seducción llamando la atención descaradamente. Reírse de anécdotas que te importan una mierda. Ser amable con desconocidos. Que sea tan fácil.
¿Eres consciente? ¿Cómo lo soportas?
- A veces me sorprendes, Carla. Tan inteligente, y a veces...
Pues sí, supongo que es simplemente un juego -continué-, y quizá se pasa de burdo, pero bueno, con más o menos sutileza, viene siendo lo que hacemos todos desde más o menos los 7 años, ¿no?.
Su llanto en ese momento se volvió inconsolable. Se dio media vuelta y no la volvimos a ver esa noche.
En aquel momento supe que no debía seguirla, hoy no sé si hice bien.
Unos meses más tarde me llamó por teléfono. Había venido exclusivamente a despedirse de mí.
En esencia, lo que no soportaba era lo de aquella misma noche. Y se iba, no quiso despedirse de nadie. Borró su teléfono. No quería llamadas.
Cuando me despedí de ella, no podía dejar de pensar en por qué no era capaz de sentirme culpable por no ser un motivo suficiente que la empujara a quedarse.
Me dijo que no sabía si nos volveríamos a ver. Por cómo se despidió, podía haber muerto dos días más tarde y ninguno nos hubiéramos enterado.
Hoy he recibido un mensaje suyo. Estaba leyendo Aristóteles y quería que me enterara de alguna traducción desafortunada que había en su edición y que no la dejaba parar de reir.
Se ve que, fuera donde fuera, encontró el camino.

-Hechos reales-

1 comentario:

  1. Quiero decir, todas las entradas son hechos reales (excpeto la de la rana, claro), pero es que este creo que puede resultar difícil de creer...

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