Rabiosas quisieras estas líneas, que
no versos.
Rabiosas e incontroladas, llenas de ira
que es pasión.
Rabiosas como las lágrimas que se te
escapan por la comisura de los ojos cada vez que ves que no me
dueles.
Pero no rabiosos. Cínicamente se
deslizan mis dedos tras tu pluma, que siempre va a la delantera.
Cínicamente sonríen, no es lo cruel
que no me duelas, es que lo sigas intentando.
Es que midas en el daño, complejos
culpas y dependencia, la necesidad de compartir soledades.
Mal, por pronto, nos contamos, bajo la
amenaza de un calendario, las heridas que arrastrábamos.
Como si no nos las hubiéramos hecho
nosotros mismos. Como si el uno pudiera hacer inocente al otro. Como
si tuviéramos capacidad de sanarlas, en lugar de registrarlas el uno
al otro.
Hurgarlas con manos sucias,
escatológicamente. Buscando catarsis, obviando Awswitch.
Difícil. Como mi cabeza loca. Difícil
se me hace no escribir desde el rencor. Difícil me lo hace cada
palabra que te creí. Palabras que para ti fueron pocas, y para mí,
demasiadas.
Difícil como me lo pusiste, difícil
hablar sin palabras, que quieres ahogadas, como me ahogabas contra la
almohada.
No entiendo el perdón ni las gracias.
Y tú, tú sólo entiendes de culpas. La culpa que arrastras desde la
primera vez que un desconocido me ofreció ayuda por la calle al
verme contigo. Las culpas no existen, quisieras creer. Pero perdiste
mis últimos días a tu lado con el miedo que me dabas.
Que hubieras cortado las manos de
cualquiera que hiciera lo que hicieron las tuyas, me decías.
Y me pedías silencio. Silencio en tu
cabeza, silencio en la de los demás. Puto silencio sembrado en mi
alma. Acariciabas con tus manos, mientras afilabas tus palabras.
Maldito tu secreto. Maldita tu pasión.
Maldita la noche que lo compartiste conmigo, e hiciste que me doliera
más de lo que a ti te dañaba.
Maldita, digo ahora, que has
traicionado las pocas palabras que poco a poco te creí.
Pues si bien me costó decidirlo. Fue
decisión propia, -espero por ambos que irrevocable-, la que tomé en
ese momento de cargar tu cruz. Y bien que la cargué. En el silencio
que me pediste. Librándote de la vergüenza que tanto amenazaba tu
tan alardeada identidad.
¿Maldita la noche en la que
descargarte en mi tu secreto?
Maldito el día en el que decidí coger
el relevo. Maldito el día en que me contabas quimeras, de fe en el
hombre. Fe que ni tú tenías.
Afilando el lápiz de tu lengua,
agotándome con tu presencia.
¿Dónde está lo excelso del artista,
que convierte el mundo en un lugar mejor?.
Dónde la inmortalidad y la catarsis
del hombre, cuyo ideal se redime en tus versos, que no en tu persona.
¿De qué servirá el arte si no puede
ser traído a la vida?. De verdades contadas a base de mentiras.
Desvanece las culpas, y alivia un alma
que puede así, continuar la corrupción que le es propia. Que no
detesta si no por por lo que le hace perder. Alma sin juicio sería
la tuya, si lo que quisieras lo tuvieras. Bestia desbocada atada a
las cadenas de la realidad. De una sociedad, más loca que tu odio,
que te dice, esquizofrénica, dónde están los límites que tú no
divisas.
Avanzo por un camino que me pertenece,
y que a veces comparto. Avanzo, siempre avanzo, queriendo, de vez en
cuando, recordar la inocencia de dejarse engañar. Avanzo, y me río
cada vez que descubro que sí, que son eso, engaños.
Difícil decía, escribir sin el rencor
del engaño. Fácil, no obstante cuando se camina sin esperanza.
Agravio comparativo el de las culpas y
las cargas. En silencio duermen las tuyas. Las que jamás querrías
que contara. Con desagradables bálsamos, tus heridas cerradas.
Libres de garras, tus manos desatadas. Desatadas y desesperadas,
continúan dando zarpadas. Con sus uñas para mí ya limadas,
esperando el día en que, ojalá cansadas, pero mal intuyo, más bien
destrozadas, cesen en su empeño, en su ciega emboscada.
Quizás si eso ocurriera, tras una vida
desperdiciada. Quizás si en tu camino de vidas desaliñadas.
Quizás si un día te vieras, ya con
las heridas sanadas. Quizás si un día pensaras en las soledades
desgarradas.
Quizás si un día comprendas cómo se
cargan las taras. Quizá un día te sientes, con la cara destapada,
quizás me veas callado, a lo lejos, en la playa. Quizá comprendas
entonces cómo mi cabeza tronaba. Quizás te mires las manos, con
heridas reventadas. Y me veas bailando en el barro, con una risa
incontrolada. Quizás ahí comprendas las semejanzas obviadas. Quizás
mi cabeza tus manos ajadas. Quizás, mas no creo, oigas cuatro
campanadas. La del silencio con que me cargaste, culpa la tuya por mí
cargada. La de la sangre reseca de mi corazón en tus manos, que no
te sirvió de prejuicio, cuando me juzgaste a diario. La del perdón
que te profeso, en forma de retirada. La de una cruz que jamás
cargaste, quizás porque aunque mostrada, nunca te fue dejada.
Quizás, digo, ahí comperndas, de la fuerza solitaria que en
silencio te mostraba.
Quizás un día lo entiendas. No se
trata de igualadas. Aun lejos yo cargo muchas venenosas palabras, mas
tú mis problemas, míos, no supiste de qué tratan. Nunca se te
avalanzaron, mientras te acurrucabas en la cama. Nunca con rabia te
llovían encima, mientras te cubrías la cara con la almohada. A la
vista, exacto, estaban, pero no para que los cargaras. A la vista,
exacto, estaban, por si acaso tú los sanabas.
Más los has visto, y sin prejuicios,
te me vas por la cañada.
Viaja, ten buen camino. Ten la suerte que no quiero.
Viaja, ten buen camino. Ten la suerte que no quiero.
Yo viajo con mis circunstancias, viajo
con ellas a (hor/car)cajadas.
Yo la suerte no la quiero. Asumo
merecer lo que me pasa.
Ten tú mi suerte, que no es mi casa.
Y si un día, antes que a tiempo nos
encontramos, no malinterpretes que no quiera saber nada.
Mi vida, que es mi casa, la llevo
conmigo en un vaso de agua. Vaso en el que lloviste, vaso del que te
colmaste.
Pero, yo, que nunca supe de perdones ni
gracias, déjame, si póstumamente me dejas, darte un consejo,
pedirte un favor.
Mi consejo; cansa cuanto antes tu
secreto. Dérramalo donde merezca. Ahogalo con tus letras. No lo
compartas, pues no creo que nadie más lo quiera. Aprende a amarlo
con odio, esto es, a reírte con él de ti. Si nunca te deja, si es
sempiterno pasajero, asúmelo, y ríete de ello. Pero no lo lances
contra otros, y lo arrojes mar adentro. Si eso es lo que eres, no te
mientas al respecto. Si eres barro, qué sorpresa, como todos lo
somos en este planeta, baila sobre ti mismo, pero no pretendas que
sea un Mr. Hyde en tu guantera.
El favor es más sencillo, y no por
justicia, si no por paz te lo pido. Quizás tu conflicto te impida
hacerlo de manera sincera.
Tarde es para pedirte lo que me hubiera
gustado que de ti saliera. Que sin juicios ni prejuicios, a mi me
compartieras. Que hubiera de veras creído, de nuevo en el hombre, en
una persona que no me abandona. Pero, y estas son las circunstancias,
pedir eso ya está de sobra. Por eso te pido, por favor, sólo una
cosa.
Dame como recuerdo el honor que no me
supiste dar como persona.
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