Te miras al espejo y tienes el pecho lleno de bocas, lleno de bocas que gritan.
Lleno de bocas y gritos que ahogas (o lo intentas) abrochando hasta el último botón de la camisa.
Y aunque lo quieres, ya nunca hablas de él, apenas sólo cuando te preguntan.
Conoces bien su nombre, marcado en tu pecho, pero ya no lo pronuncias.
Para ti, y cuando lo mientas, ya sólo es él, él. ‘ÉL’.
Que apareció con su nombre, ligándolo al tuyo. Él.
Él
Cuando intentas olvidarlo, y sabes que tu pecho no te deja, olvidarlo a él.
Él
Cuando te vuelve a hacer daño, y sabes que el daño tiene nombre propio. De nombre él.
Él
Cuando caminas a solas, a solas por él, a solas, siempre sin él.
Que perdió su nombre, que iba ligado al tuyo. Él.
Mientras las bocas que gritan en tu pecho escapan a la cárcel de tu camisa, llegando hasta tu cabeza, gritándote su nombre, que ya no es un nombre, que es sólo ‘él’.
Perdió su nombre. De nombre él.
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David S.
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